Durante más de cuarenta años la necesidad de incrementar la disponibilidad de agua para la agricultura por medio de la construcción de represas, canales o costosos sistemas de riego ha dominado la agenda de donantes y agencias de cooperación para el desarrollo. En el caso del Sahel, por ejemplo, siempre se ha asumido que el más severo factor limitante de la productividad agrícola es el agua, aunque ya a fines de la década de 1990 estudios rigurosos demostraron que, para la mayoría de los cultivos, la principal limitación es la falta de nutrientes y no el agua.
Pero una gran represa es muy visible, da prestigio y generalmente proporciona beneficios políticos a sus ejecutores. No es mi intención dar a entender que los sistemas de riego son innecesarios. La mayor parte de nuestras civilizaciones, instituciones y sistemas políticos surgieron mucho tiempo atrás en áreas bajo riego. Pero no hay suficiente agua para aumentar más las áreas irrigadas.
¿Cuáles son las alternativas? La cantidad de agua almacenada en los 60 centímetros superiores de una hectárea de suelo saludable es suficiente para llenar una piscina olímpica.
Entonces, ¿por qué no tratamos de incrementar la captura y almacenamiento de agua en el suelo, en lugar de pensar solamente en el riego?
Volvamos al Sahel: la vegetación nativa de la sabana, que crece en suelos muy arenosos y recibe de 300 a 400 mm de lluvia al año, puede producir 20 toneladas de biomasa anualmente.
Bajo las mismas condiciones, un campo cultivado con mijo y caupí produce en promedio solamente la décima parte. Un suelo con vegetación natural puede infiltrar 443 mm de agua de lluvia en una hora; literalmente, puede “tragarse” una tormenta. En ese tiempo, un suelo cultivado no puede infiltrar más de 30 mm por hora.
Esta constatación nos lleva al menos a dos conclusiones. Primero, que la naturaleza ha encontrado una manera de producir grandes cantidades de biomasa en climas sumamente secos. Deberíamos aprender de esto y utilizarlo cuando diseñamos sistemas agrícolas para áreas secas. Por ejemplo, tener árboles o arbustos en el sistema puede contribuir a reducir dramáticamente la temperatura superficial del suelo, así como la evaporación.
Segundo, aquellos sistemas de cultivos que producen solamente un décimo de la biomasa que produce la vegetación de la sabana, contribuirán también con un décimo de carbono al suelo, lo que lleva a que este tenga menos materia orgánica y, por tanto, mucho menor capacidad de capturar y almacenar agua.
De modo que restaurar la capacidad del suelo para capturar y almacenar agua es muy conveniente. Y, como sucede con muchas soluciones agroecológicas, el mejoramiento de las condiciones físicas del suelo está relacionado con otros beneficios, como mayor diversidad biológica, un más eficiente ciclo de nutrientes, control de la erosión e incluso mejor uso del agua de riego.
Por: Pablo Tittonell
Grupo de Ecología de Sistemas Agrícolas de la Universidad y Centro de Investigación de Wageningen, Holanda. Miembro del directorio de la Red Africana de Agricultura de Conservación y del punto focal europeo de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA)
pablo.tittonell@wur.nl
Fuente: Revista LEISA
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