Megarepresas y sus impactos ambientales
La energía hidroeléctrica
suele considerarse una energía “limpia” o “verde” pero ¿es esto
realmente así? Cualquier persona que se pare ante la inmensidad de
concreto que es la represa de Itaipú no puede más que darse cuenta de
que semejante huella humana debe, forzosamente, tener impactos
sobre el medio ambiente. El hecho de que esta energía no depende del
uso de combustibles fósiles no debe hacernos caer en el error de pensar
que no tiene efectos adversos sobre el ambiente; las energías
llamadas "limpias" nunca son limpias cuando se producen en tan gran
escala ni cuando producen un cambio tan drástico del ambiente, por el
contrario, tienen graves impactos en vidas humanas y ecosistemas
naturales, muchas veces irreversibles.
El área de influencia de una represa incluye no sólo sus alrededores y
el embalse, sino también la cuenca del río, aguas abajo de la represa.
Hay impactos
ambientales directos asociados con la construcción de la represa, pero
los impactos más importantes son el resultado del embalse del agua,
la inundación de la tierra para formar el reservorio, y la alteración
del caudal de agua, aguas debajo de la represa. Estos efectos tienen
impactos directos en los suelos, la vegetación, la fauna, el clima y la
población humana del área. Hay también efectos indirectos que incluyen
los que se asocian con la construcción, el mantenimiento y el
funcionamiento de la represa y el desarrollo de las actividades
agrícolas, industriales o municipales que posibilita la fuente de agua
que representa el embalse de la represa.
A pesar de esto, la cada vez mayor escasez de energía por el inminente
agotamiento del petróleo y otros combustibles fósiles, sumada a la
propaganda de que la hidroeléctrica es “verde”, hace que se planifiquen y construyan cada vez más represas. Cabe mencionar que estos mismos argumentos son los que se utilizan para promover otro tipo de energía: la nuclear.
A pesar de que la energía hidroeléctrica
moderna ya tiene más de un siglo (la primera central hidroeléctrica se
construyó en 1880 en Inglaterra), la conciencia sobre sus impactos
negativos solo tiene algunas décadas (desde más o menos las décadas de
1960-1970). Según Mauricio Schoijet esta concientización tardía se debe a
dos razones: por un lado por una de orden general consistente en que
las preocupaciones de tipo ecológico sólo comenzaron a tener fuerza en
dicha época (o incluso más tarde según el país), y, por otro lado, por
la razón específica relacionada con cómo se ha desarrollado a lo largo
del tiempo la energía hidroeléctrica en el mundo. Esto se refiere al
hecho de que los primeros países en los que se desarrolló esta energía
fueron países de clima frío o templado, con baja densidad de población
en márgenes de ríos y con adecuados servicios y condiciones sanitarios
(como Europa Occidental, Canadá y Estados Unidos), y que en estos casos
las represas construidas no tuvieron el tamaño monumental de las megarepresas,
como Itaipú, ya que, al ser países desarrollados, urbanizados e
industrializados, con su población asentada establemente, los mejores
sitios para aprovechamiento hidroeléctrico ya se encontraban dedicados a
otras finalidades.
Los efectos negativos de la energía hidroeléctrica
comenzaron a ser percibidos a medida que esta se fue desarrollando en
países tropicales y sub-tropicales dado que en estas regiones las represas
se construyeron con las condiciones opuestas a las mencionadas antes:
clima cálido, malas condiciones sanitarias y alta densidad de población
ribereña. Esta situación, sumada al hecho de que las represas
construidas en países del Tercer Mundo suelen tener dimensiones
monumentales, antes desconocidas, reveló los verdaderos impactos de las represas.
Otro aspecto de gran relevancia es que muchas de estas megarepresas
están construidas en zonas de humedales (por ejemplo, en nuestro país
esto sucede en la región del Delta e Islas del Paraná). Estos
ecosistemas son muy importantes, ya que, entre otras cosas, tienen una
enorme biodiversidad y productividad, actúan como “esponjas” que retienen excesos de agua previniendo inundaciones,
recargan acuíferos y depuran el agua. Los humedales son ecosistemas “de
pulsos”, es decir, su correcto funcionamiento requiere de las
pulsaciones de inundaciones regulares para sobrevivir, por lo que las represas
son especialmente dañinas. En adición a la alteración de su régimen
natural, otro de los impactos más nocivos es el favorecimiento de un
proceso denominado “colmatación” que sucede cuando el agua en la zona de
la represa deja de correr y, aguas arriba, el río original y sus
tributarios siguen fluyendo, pero en un estado alterado, con un flujo
muy lentificado. Esto hace que sedimentos que normalmente se
trasladarían aguas abajo se depositen, haciendo que progresivamente
disminuya la porosidad del suelo. Esto altera la capacidad de absorción
del humedal, causando inundaciones y evitando la recarga de acuíferos y
la depuración del agua.
En nuestro país el problema ambiental de las represas afecta mucho a la
ecorregión de Delta e Islas del Paraná, no sólo por la presencia en ésta
de la represa de Yacyretá, sino también porque Brasil es un país con
una gran “apuesta” a la energía hidroeléctrica, por lo que en el curso
superior del Río Paraná hay un elevado número de represas, que alteran
los tramos medio e inferior del mismo. Esto se ve agravado por el hecho
de que, a pesar de que los impactos de las represas son conocidos, en la
actualidad, hay planificaciones para muchos proyectos hidroeléctricos
nuevos en el área, tanto en Brasil como en nuestro país.
Frente a este panorama, se vuelve especialmente relevante realizar una
reevaluación de los impactos de estos complejos y fomentar una
concientización sobre el costo ambiental que implican para la sociedad.
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