Perú: saberes indígenas para el cambio climático
By Anita Makri
Del 1 al 12 de diciembre, Perú será sede de la vigésima Conferencia de las Partes (COP 20) organizada por la Convención de las Partes de la Organización de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, la reunión más reciente impulsada por el organismo de decisión sobre cambio climático.
El evento promueve la participación de los pueblos indígenas, que podrán presentar sus puntos de vista y discutir soluciones durante la reunión. Además, el ministro de Ambiente de Perú se ha referido al papel de la ciencia, la tecnología y el conocimiento tradicional para enfrentar el cambio climático.
A través de imágenes y entrevistas, este especial prueba cómo la ciencia se combina con el conocimiento tradicional en el Parque de la Papa, un área en la región de Cusco, Perú, donde las comunidades quechua viven y trabajan sistemáticamente para preservar cientos de variedades de papa nativa así como otras raíces vegetales y tubérculos andinos
(Fotos de Anita Makri y Bibiana Melzi)
“Sumérjase en las raíces de los Andes”, se lee en un gran cartel al costado del camino mientras transitamos por el Valle Sagrado de los Incas. Estamos en los Andes peruanos, a unos 3.100 metros sobre el nivel del mar, y vamos a entrar al Parque de la Papa.
El Parque de la Papa es una iniciativa de conservación dedicada a preservar las variedades nativas de los cultivos, y es una de las pocas en el mundo donde los pobladores gestionan y protegen los recursos biológicos con conocimiento tradicional. Colabora con el Centro Internacional de la Papa (CIP), institución de investigación, y es gestionado por la organización no gubernamental Andes.
Más de 6.000 personas viven allí, en seis comunidades, compartiendo la tierra, la cultura y la tradición construida en torno a la preciada papa nativa.
A más de una hora de mi visita, hablo con Lino Mamani (en la foto), que gestiona el almacén que también funciona como un “banco de papa”, y alberga más de 1.000 variedades del tubérculo cultivadas en el parque. Según las palabras traducidas por la periodista y productora peruana Bibiana Melzi, Lino me cuenta cómo el cambio climático está afectando la vida de los agricultores.
“Primero que nada, hay mucho sol. Y la lluvia llega demasiado temprano. De ese modo estamos recibiendo lluvia antes de estar listos, y también vemos que la helada llega antes”, dice. “Entonces, el problema es que tenemos que plantar papas cada vez más alto y más alto”.
Esta es una de las razonas del por qué la comunidad valora la vasta diversidad de variedades de papa que se guardan allí. Mamani explica que están experimentando con la siembra —haciendo crecer papas a mayor o menos elevación— para adaptarse a los cambios. Las festividades con ofrendas a la tierra y los bailes a menudo acompañan esa rotación, una señal de la profunda conexión entre la papa y la cultura local.
Los lugareños viven y trabajan la tierra mediante el ayllu, un tradicional sistema de reciprocidad. Esto significa que si la gente que vive a mayor altura no puede cultivar un tipo particular de papa como resultado del cambio climático, puede confiar que el resto de la comunidad compartirá lo que produzca.
También se están adaptando al cambio climático mediante la polinización cruzada de las variedades de papa existentes en busca de tipos más resistentes. Y, como descubrí, este es uno de los caminos en los que la ciencia se complementa con el conocimiento tradicional.
Hablé con Lino Loayza, coordinador de campo de ANDES, sobre el aporte de la ciencia al trabajo que se realiza en el parque y cómo se vincula con el conocimiento tradicional.
Loayza relata los conceptos básicos del mejoramiento de las variedades de papa. Explica que la planta de papa produce dos tipos de semillas: las semillas de las flores y las semillas de los tubérculos. Debido a que los tubérculos-semilla son susceptibles a los virus, es la semilla obtenida de la flor la que se planta en el invernadero. Los tubérculos bebés que crecen de esas semillas luego se plantan en los campos. Producir papas utilizables toma al menos cuatro años de trabajo de campo.
Ahora, el CIP está enseñando a los agricultores este método para obtener mejores semillas, transfiriendo el conocimiento científico de modo que las comunidades indígenas puedan continuar cultivando y cosechando papas nativas.
“Hay otro tipo de investigación, que es mucho más científica”, reconoce Loayza. “Pero este método es mucho más fácil y rápido. Usa el conocimiento propio de la gente. Estas personas no han ido a la escuela, no recibieron ese tipo de educación, pero tienen conocimientos de siglos de trabajo con papas. Pero necesitan esta información extra [científica]. Ambos necesitan vincularse: el conocimiento tradicional con el científico”.
ANDES comenzó a trabajar en el parque a mediados de la década de 1990, con el objetivo de proteger el ambiente. Pero la ONG pronto se dio cuenta de que las comunidades eran guardianas de una rica variedad de papas, y empezaron a trabajar para preservarlas. Así, en 2002, empezaron a trabajar con papas. “Primero, aprendiendo de la gente local”, dice Loayza, “y luego enseñándoles ciencia”.
Le pregunto a Loayza qué puede aprender el mundo del trabajo realizado en el Parque de la Papa. Primero, señala que muchas ONG han trabajado en esta área, por lo general imponiendo su ciencia en las comunidades que han vivido aquí por generaciones. Pero "para ANDES, tener respeto por la gente de aquí, esa es la ley", dice.
Los miembros de la comunidad que trabajan en el parque dicen lo mismo: que en el pasado, las ONG aparecían, hacían el trabajo y se iban sin dejar nada de información detrás.
Le pregunté a Loayza de qué otro modo se aplica la ciencia en el parque. Este proyecto comenzó con la investigación, recuerda. ANDES empezó a recolectar sistemáticamente diferentes variedades de papa del área y a registrarlas.
La ONG también firmó un acuerdo con el CIP, que había recolectado muestras de papas en el área durante años. Como resultado, se reintrodujeron 410 variedades de papas en el área. “Trajeron del banco genético las pequeñas semillas en tubos de ensayo, y está 100 por ciento garantizado que son las mismas especies que tomaron ellos”, dijo Loayza. “El CIP reúne su ciencia para caracterizar e identificar, a través de investigación molecular, las papas del área. Entonces [la comunidad] puede decir que tienen 1.347 variedades.
Los lugareños también están aprendiendo cómo polinizar flores para crear nuevas variedades sin tener que plantar los tubérculos. Ellos se están beneficiando de la ciencia para identificar las variedades.
Mariano Sutta (en la foto), dice: “Como gente de papa, conocemos el proceso completo de la agricultura que aprendimos de nuestros padres. Pero debemos aprender a leer a las papas”.
Según Loayza, los locales pueden identificar las diferentes variedades de papa a partir de su color, forma, sabor y cuán arenosa es su textura. “Pero ahora también sabemos cómo reconocerlas a través de sus hojas, tallo, flores”, dice. “Ahora pueden leer las tablas de información sobre las características, tales como el color de la flores, y el color y la forma del tallo”.
Sutta me dice que hay beneficios tangibles de este conocimiento: hace el trabajo más simple y más productivo. “Cada [tipo] de papa puede contraer diferentes enfermedades, por lo que si estamos seguros de qué papa es, sabemos cómo desinfectarla efectivamente. Y, por supuesto, eso hace nuestra vida más fácil”.
La ciencia y el conocimiento indígena también coexisten cuando se trata de la desinfección. El método tradicional de eliminación de virus es mediante la rotación de las terrazas donde se siembra cada variedad de papa. Los científicos del CIP utilizan sus propios métodos, como aplicar calor para matar virus y hacer crecer plántulas in vitro, antes de retornar las variedades ‘limpias’ a los agricultores.
Este conocimiento científico está ayudando a la comunidad a adaptarse al cambio climático intentando lograr lo mejor de las variedades de papa en sus tierras. “Ahora podemos obtener semillas para sembrarlas o para mantenerlas durante diez o 20 años”, dice Mamani.
También se refiere a dos variedades de papa cultivadas a diferentes altitudes a lo largo del parque. Una variedad de papa amarga llamada Moraya se cultiva entre los 4.200 y 4.800 metros, pues puede soportar climas severos. Esta papa se vuelve blanca como resultado de un proceso, que incluye la deshidratación y el secado por congelamiento, antes de ser almacenada. El Chuño es otra papa que es secada por congelamiento y procesada de un modo similar a la Moraya, pero su pulpa se mantiene negra.
“Chuño y Moraya, para nosotros, significan seguridad alimentaria. Puedes almacenar Chuño en cualquier lugar que quieras, por uno o cinco años”, dice Mamani. “Tenemos razones detrás de la preservación de todas estas variedades”.
La versión original de este multimedia se publicó en la edición global de SciDev.Net
El evento promueve la participación de los pueblos indígenas, que podrán presentar sus puntos de vista y discutir soluciones durante la reunión. Además, el ministro de Ambiente de Perú se ha referido al papel de la ciencia, la tecnología y el conocimiento tradicional para enfrentar el cambio climático.
A través de imágenes y entrevistas, este especial prueba cómo la ciencia se combina con el conocimiento tradicional en el Parque de la Papa, un área en la región de Cusco, Perú, donde las comunidades quechua viven y trabajan sistemáticamente para preservar cientos de variedades de papa nativa así como otras raíces vegetales y tubérculos andinos
(Fotos de Anita Makri y Bibiana Melzi)
“Sumérjase en las raíces de los Andes”, se lee en un gran cartel al costado del camino mientras transitamos por el Valle Sagrado de los Incas. Estamos en los Andes peruanos, a unos 3.100 metros sobre el nivel del mar, y vamos a entrar al Parque de la Papa.
El Parque de la Papa es una iniciativa de conservación dedicada a preservar las variedades nativas de los cultivos, y es una de las pocas en el mundo donde los pobladores gestionan y protegen los recursos biológicos con conocimiento tradicional. Colabora con el Centro Internacional de la Papa (CIP), institución de investigación, y es gestionado por la organización no gubernamental Andes.
Más de 6.000 personas viven allí, en seis comunidades, compartiendo la tierra, la cultura y la tradición construida en torno a la preciada papa nativa.
A más de una hora de mi visita, hablo con Lino Mamani (en la foto), que gestiona el almacén que también funciona como un “banco de papa”, y alberga más de 1.000 variedades del tubérculo cultivadas en el parque. Según las palabras traducidas por la periodista y productora peruana Bibiana Melzi, Lino me cuenta cómo el cambio climático está afectando la vida de los agricultores.
“Primero que nada, hay mucho sol. Y la lluvia llega demasiado temprano. De ese modo estamos recibiendo lluvia antes de estar listos, y también vemos que la helada llega antes”, dice. “Entonces, el problema es que tenemos que plantar papas cada vez más alto y más alto”.
Esta es una de las razonas del por qué la comunidad valora la vasta diversidad de variedades de papa que se guardan allí. Mamani explica que están experimentando con la siembra —haciendo crecer papas a mayor o menos elevación— para adaptarse a los cambios. Las festividades con ofrendas a la tierra y los bailes a menudo acompañan esa rotación, una señal de la profunda conexión entre la papa y la cultura local.
Los lugareños viven y trabajan la tierra mediante el ayllu, un tradicional sistema de reciprocidad. Esto significa que si la gente que vive a mayor altura no puede cultivar un tipo particular de papa como resultado del cambio climático, puede confiar que el resto de la comunidad compartirá lo que produzca.
También se están adaptando al cambio climático mediante la polinización cruzada de las variedades de papa existentes en busca de tipos más resistentes. Y, como descubrí, este es uno de los caminos en los que la ciencia se complementa con el conocimiento tradicional.
Hablé con Lino Loayza, coordinador de campo de ANDES, sobre el aporte de la ciencia al trabajo que se realiza en el parque y cómo se vincula con el conocimiento tradicional.
Loayza relata los conceptos básicos del mejoramiento de las variedades de papa. Explica que la planta de papa produce dos tipos de semillas: las semillas de las flores y las semillas de los tubérculos. Debido a que los tubérculos-semilla son susceptibles a los virus, es la semilla obtenida de la flor la que se planta en el invernadero. Los tubérculos bebés que crecen de esas semillas luego se plantan en los campos. Producir papas utilizables toma al menos cuatro años de trabajo de campo.
Ahora, el CIP está enseñando a los agricultores este método para obtener mejores semillas, transfiriendo el conocimiento científico de modo que las comunidades indígenas puedan continuar cultivando y cosechando papas nativas.
“Hay otro tipo de investigación, que es mucho más científica”, reconoce Loayza. “Pero este método es mucho más fácil y rápido. Usa el conocimiento propio de la gente. Estas personas no han ido a la escuela, no recibieron ese tipo de educación, pero tienen conocimientos de siglos de trabajo con papas. Pero necesitan esta información extra [científica]. Ambos necesitan vincularse: el conocimiento tradicional con el científico”.
ANDES comenzó a trabajar en el parque a mediados de la década de 1990, con el objetivo de proteger el ambiente. Pero la ONG pronto se dio cuenta de que las comunidades eran guardianas de una rica variedad de papas, y empezaron a trabajar para preservarlas. Así, en 2002, empezaron a trabajar con papas. “Primero, aprendiendo de la gente local”, dice Loayza, “y luego enseñándoles ciencia”.
Le pregunto a Loayza qué puede aprender el mundo del trabajo realizado en el Parque de la Papa. Primero, señala que muchas ONG han trabajado en esta área, por lo general imponiendo su ciencia en las comunidades que han vivido aquí por generaciones. Pero "para ANDES, tener respeto por la gente de aquí, esa es la ley", dice.
Los miembros de la comunidad que trabajan en el parque dicen lo mismo: que en el pasado, las ONG aparecían, hacían el trabajo y se iban sin dejar nada de información detrás.
Le pregunté a Loayza de qué otro modo se aplica la ciencia en el parque. Este proyecto comenzó con la investigación, recuerda. ANDES empezó a recolectar sistemáticamente diferentes variedades de papa del área y a registrarlas.
La ONG también firmó un acuerdo con el CIP, que había recolectado muestras de papas en el área durante años. Como resultado, se reintrodujeron 410 variedades de papas en el área. “Trajeron del banco genético las pequeñas semillas en tubos de ensayo, y está 100 por ciento garantizado que son las mismas especies que tomaron ellos”, dijo Loayza. “El CIP reúne su ciencia para caracterizar e identificar, a través de investigación molecular, las papas del área. Entonces [la comunidad] puede decir que tienen 1.347 variedades.
Los lugareños también están aprendiendo cómo polinizar flores para crear nuevas variedades sin tener que plantar los tubérculos. Ellos se están beneficiando de la ciencia para identificar las variedades.
Mariano Sutta (en la foto), dice: “Como gente de papa, conocemos el proceso completo de la agricultura que aprendimos de nuestros padres. Pero debemos aprender a leer a las papas”.
Según Loayza, los locales pueden identificar las diferentes variedades de papa a partir de su color, forma, sabor y cuán arenosa es su textura. “Pero ahora también sabemos cómo reconocerlas a través de sus hojas, tallo, flores”, dice. “Ahora pueden leer las tablas de información sobre las características, tales como el color de la flores, y el color y la forma del tallo”.
Sutta me dice que hay beneficios tangibles de este conocimiento: hace el trabajo más simple y más productivo. “Cada [tipo] de papa puede contraer diferentes enfermedades, por lo que si estamos seguros de qué papa es, sabemos cómo desinfectarla efectivamente. Y, por supuesto, eso hace nuestra vida más fácil”.
La ciencia y el conocimiento indígena también coexisten cuando se trata de la desinfección. El método tradicional de eliminación de virus es mediante la rotación de las terrazas donde se siembra cada variedad de papa. Los científicos del CIP utilizan sus propios métodos, como aplicar calor para matar virus y hacer crecer plántulas in vitro, antes de retornar las variedades ‘limpias’ a los agricultores.
Este conocimiento científico está ayudando a la comunidad a adaptarse al cambio climático intentando lograr lo mejor de las variedades de papa en sus tierras. “Ahora podemos obtener semillas para sembrarlas o para mantenerlas durante diez o 20 años”, dice Mamani.
También se refiere a dos variedades de papa cultivadas a diferentes altitudes a lo largo del parque. Una variedad de papa amarga llamada Moraya se cultiva entre los 4.200 y 4.800 metros, pues puede soportar climas severos. Esta papa se vuelve blanca como resultado de un proceso, que incluye la deshidratación y el secado por congelamiento, antes de ser almacenada. El Chuño es otra papa que es secada por congelamiento y procesada de un modo similar a la Moraya, pero su pulpa se mantiene negra.
“Chuño y Moraya, para nosotros, significan seguridad alimentaria. Puedes almacenar Chuño en cualquier lugar que quieras, por uno o cinco años”, dice Mamani. “Tenemos razones detrás de la preservación de todas estas variedades”.
La versión original de este multimedia se publicó en la edición global de SciDev.Net
Este artículo fue publicado originalmente en SciDev.Net. Lea la versión original aquí.
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